En todos los años que tengo involucrada en el activismo por los derechos de los animales he escuchado frases como esa innumerables veces. Y a eso le hemos agregado las de “jamás iría a los toros”, “No uso productos probados en animales”, “Ya no tengo sweaters de lana en mi closet”, etc. Todo eso, muy loable por cierto, muy positivo y prometedor, pero… ¿qué pasa a la hora que enfrentas tu plato tres veces al día? La magia se rompe, el hechizo se termina y la falta de consecuencia es evidente.
Lo peor de todo esto es que los activistas veganos por los derechos de los animales enfrentamos situaciones como esas todos los santos días del año y las experimentamos, más que generalmente, con gente a la que queremos, apreciamos y hasta respetamos. Cada individuo en esta lucha piensa y siente de manera diferente. El único momento en el que necesitamos estar y pensar en unísono es cuando la causa nos delega una meta y debemos cumplirla como fieles soldados que obedecen a un bien mayor. En mi caso, para los que no los saben, mis afectos son bastante estructurados y no se dejan influenciar por vínculos de ningún tipo, ni siquiera los de sangre. Mi propia familia inmediata, con excepción de mi sobrina Paloma, que empezó su activismo cuando aún era muy niña, no gozó de mis totales afectos hasta que cambiaron su dieta. Ya lo sé… A este punto del partido me llamarán vegana extremista, mujer sin corazón, e irrespetuosa de las opciones de la gente. Pero, cuando se trata de la vida, la felicidad y la libertad de otro ser sintiente, esto NO es una opción. Cuando se trata de causar daño, miseria, esclavitud y dolor nadie puede hablar de opciones. Esa es una encrucijada moral y ética y lo único que queda es tomar partido.
Hay gente cercana a nosotros y a nuestro corazón totalmente incapaz de patear a un perro, tirarle agua hirviendo a un gato o de sentarse en un coso taurino para ver a un matarife maricón masacrar a un toro y a un caballo solo por demostrar la hombría que le falta; pero a la hora de comer, por alguna razón que nunca he podido entender, la repulsión por otras crueldades contra los animales, el rechazo a la permanencia de su esclavitud toma un descanso y proceden a satisfacer sus apetitos con los cuerpos mutilados de seres sintientes que sufrieron lo indecible antes de morir. Tal vez sus conciencias se consuelan pensando erróneamente que sus muertes fueron rápidas y que el sufrimiento fue mínimo, pero no hay nada más alejado de la verdad. Los animales destinados al consumo humano sufren durante toda su vida. Desde el momento en que nacen y son separados de sus madres y familiares, hasta el momento en el que mueren ahogados, quemados, acuchillados, asfixiados, etc. Padecen todos los sufrimientos ocasionados por las manipulaciones genéticas, hambre, sed, frío, laceraciones, lastimaduras, fracturas, abuso físico, estrés, violaciones sexuales y toda una lista interminable de situaciones de abuso. Sus cuerpos mutilados, engordados con hormonas para alcanzar proporciones y desarrollos anti-naturales, llenos de tóxicos, químicos y hormonas llegan a las mesas de los carnívoros solamente para enfermarlos tarde o temprano.
Esta es la mesa popular de la mayoría de las personas que, en otras circunstancias y escenarios, jamás serían capaces de causarles daños directos a los animales. Estas son las mesas de personas a las que queremos, con las que compartimos nuestras vidas y que inclusive, a veces, no comen cadáveres delante de nosotros “por respeto”.
¿Por qué será tan complicado el género humano? ¿Por qué la historia de su evolución y “desarrollo” está marcada por la falta de consecuencia en sus acciones? Lo hemos visto y detectado en todas las áreas posibles: los gobiernos, la política, los conflictos, los holocaustos. Es muy difícil en verdad para los activistas veganos encontrar el punto medio entre nuestros afectos y nuestras convicciones…..pero, una cosa sí tenemos en común: el nivel de esperanza que es distinto en cada uno de nosotros y el empeño por seguir educando utilizando cualquier medio posible y a nuestra disposición. A veces perderemos a algún ser querido en el camino. Todos esos que no quieren leer los reportes técnicos o científicos o los que se niegan a ver los videos que muestran a las industrias cárnicas y lácteas exactamente como son. Perder a un ser querido por mantenerse consecuente con la causa es una opción personal que no se le puede recriminar a nadie pues cada persona tiene diferentes niveles de apego a la gente. Para muchos de nosotros algunas personas están por encima de la causa y para otras, no.
Hay momentos en los que tendremos que proveer literatura y estudios científicos, o recetas veganas deliciosas preparadas en casa o en restaurantes de confianza. Habrá otros momentos en los que un video o una foto podrán lograr el objetivo. Una cita del libro religioso de preferencia, una introspección repentina, una visita a un santuario de rehabilitación, la sugerencia de un niño pequeño que, libre aún de la maldad y la avaricia personal humanas, les hace darse cuenta de que matar a alguien es totalmente reprobable….
Los activistas por los derechos de los animales tenemos el deber de probar todos estos métodos y muchos más. Debemos echar a volar nuestra imaginación y creatividad para crear shock, empatía, tristeza, liberación o un exacto sentido de la justicia con la finalidad de liberar a todos los animales víctimas de la opresión y crueldad humanas. Todo se vale en esta guerra contra la indiferencia y el egoísmo; todo, debidamente hecho, es aplicable para llegar a alcanzar la meta.
Si pudiera darles un cuchillo muy afilado a todos aquellos en mi lista de afectos que aún alimentan su cuerpo de muerte, y les pidiera que fueran a conseguir su propia carne, creo que nadie lo haría. Por eso es que esta sociedad humanoide creó a los matarifes y a los mataderos: para que otros seres de poca instrucción, de poca capacitación y tal vez con tendencias criminales, se conviertan en sus cómplices y se ensucien las manos por ellos. El paquete transparente de plástico en los supermercados o el animal colgado de un gancho en los mercados abiertos mancha las manos de toda una cadena de humanoides que, movidos por el lucro, el egoísmo, la indiferencia o la falta de empatía, continúan perpetuando una cadena de muerte y abuso.
A los mismos a los que les ofrecería el cuchillo, también les pediría que uno de estos día se dieran el tiempo de visitar un santuario animal. Desearía que tomaran unos minutos para observar como sería la vida plena de estos animales si no se hubiera instaurado la paleolítica idea de comérselos. Quisiera que los vieran libres, retozando en la naturaleza, disfrutando del sol, del aire, del césped, de sus congéneres. Quisiera que los vieran arreglando sus propios conflictos ejerciendo los órdenes naturales de sus especies y quisiera que los vieran con sus hijos. Si después de esta interacción única y personal que seguramente jamás han experimentado, aún les importa un bledo comérselos ya no diré más nada, pues cuando las reglas morales del universo establecieron eso de “no matar” nunca existieron excepciones.
Simplemente, mi lista de afectos se hará más corta y tal vez mis esperanzas se extenderán…