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Monthly Archives: December 2016

Hitler nunca fue vegetariano

holocaust

La propaganda nazi, capaz de convencer a una gran mayoría de europeos durante la Segunda Guerra Mundial, fue una maquinaria efectiva, muy bien organizada y convincente. Sus maquiavélicos planes alcanzaron muchas metas y entre ellos, podemos citar la mentira de que Hitler amaba a los animales y era vegetariano.

No descarto la idea de que un ser cruel y despreciable como él les haya tenido afinidad. Hay que recordar que los animales son tan nobles que no saben distinguir a un monstruo de una persona buena. Durante su gobierno se pasaron algunas leyes a favor de los animales como la “regulación” del método judío de matanza que siempre ha sido muy cruel y, otra vez, “regulaciones” en la cacería. Quizás estuvo en contra del método de matanza judío simplemente porque era judío y sus leyes nunca fueron totalmente prohibitivas sino más bien, reformistas. El que tenía el poder absoluto, podría haber pasado leyes abolicionistas. Nunca lo hizo.

Como la mayoría de los dictadores, ávidos de poder y copiones del conocimiento ajeno, es muy probable que Hitler haya querido imitar el pensamiento de Wagner y Schopenhauer, a quienes admiraba, pero la verdad del caso es que la farsa de su vegetarianismo y amor por los animales fue una campaña propagandística muy bien organizada por su Ministro de Propaganda Joseph Goebbels, cuyo propósito era promover la mejor imagen del Führer y otorgarle un aire ascético.

Hitler sufría de muchos trastornos estomacales, gastritis aguda, sudoraciones y flatulencia excesivas y por esa razón cuidaba su dieta, pero nunca dejó de comer sus platos cárnicos favoritos: salchichas bávaras, albóndigas de hígado y piezas de caza rellenas y asadas.

Cuando llegó al poder disolvió todas las sociedades vegetarianas de Alemania, detuvo a sus dirigentes y clausuró la principal revista vegetariana del país. Durante la guerra, los nazis prohibieron todas las organizaciones vegetarianas en los territorios que ocuparon. Y Ian Kershaw, uno de sus biógrafos, narra que frecuentemente llevaba al cinto un látigo para perros con el que “disciplinaba” a sus perros. Tanto “amaba” a su última perra Blondie que cuando su captura era inminente, probó con ella el veneno que se supone acabó con su vida y la de su amante Eva Brown. La muerte de Blondie fue un acto cruel e innecesario pues, evidencia reciente y comprobable, sostiene que él y su amante huyeron a Argentina protegidos por el gobierno de Juan Domingo Perón.

Hitler admiraba al pro-nazi Henry Ford, el pionero de la industria automovilística de los Estados Unidos quien tomó la idea de la línea de ensamblaje después de visitar un matadero en Chicago. Hitler y los nazis simplemente reemplazaron a los animales condenados al matadero con judíos y fueron igualmente crueles e hipócritas con los seres humanos y los animales.

Mucha gente desinformada y ávida de defender sus hábitos cárnicos recurren a esta falacia para defender su consumo de cadáveres y secreciones animales, pero ahora ya sabes que sus argumentos carecen de validez histórica y ética.

Además, nuestros estilos de vida, no pueden estar basadas en lo que alguien más hizo o dejó de hacer. Podemos tomar los buenos ejemplos de gente evolucionada, pero no se puede justificar una o dos buenas características de gente maligna y cruel. Ser vegano no es una opción. Es un estilo de vida. No podemos caer en las garras del especismo para asumir que, nosotros, como seres humanos tenemos derecho a tomar una opción y otros seres no lo tienen.

Los miles de animales masacrados en los mataderos del mundo entero NO tienen NINGUNA opción y lo mejor que podemos hacer para liberarlos de manera efectiva y concreta es seguir educando con el ejemplo.

¡GO VEGAN NOW!

 

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Mis respetos para ti, señora

mami

En nuestra vida de activistas hemos tenido muchas influencias: un líder, una persona a quien veíamos como ejemplo, un libro, una película o un evento transformador. A veces son tantas que nos las podríamos mencionar o recordar todas; pero la empatía o las primeras influencias que marcaron nuestra vida como tales tuvo que empezar en algún momento.

Los especialistas en Educación Humanitaria sostienen, desde el principio de los tiempos, que la formación ética de una persona empieza definitivamente en la niñez, principalmente en casa y luego en la escuela. Es allí donde nuestros padres siembran las semillas de compasión en nuestros corazones con la esperanza de que la cosecha de buenos frutos.

La jardinera de mi dedicación por los animales, sin lugar a dudas, fue mi madre. No tuve el privilegio ni la suerte de compartir los primeros años de mi niñez con algún animal que viviera con nosotros porque los animales de compañía con los que compartí esos años siempre fueron “prestados” hasta el momento en el que pudimos convencer a mi papá que ya era hora de abrir las puertas de nuestra casa a algún animal necesitado de hogar. Desde ese momento, yo adquirí hermanos y mis padres nuevos hijos a quien engreír y querer hasta el momento que cruzaron el Puente del Arco Iris. Casi todos ellos ya están allí, esperándome con mi papá. Esa espera es, tal vez, el mayor incentivo para morir una vez que haya visto muchos más logros para nuestra causa.

En mi adolescencia y juventud, nuestra relación tuvo muchos altibajos; mucha controversia y altisonancia; tal vez por ser tan parecidas, tan determinadas, tan perseverantes y tan tercas. Pero la vida no pasa por uno sin enseñarnos sabias e importantes lecciones. Y si algo he aprendido, con la ayuda de toda la buena gente que ha tocado mi vida, es a darme cuenta que absolutamente toda circunstancia tiene una razón de ser. Aprendí que nadie nace sabiendo cómo ser hija, madre o padre y que todos hemos hecho lo mejor que podíamos con el conocimiento que teníamos.

La figura que nunca se aleja de mi mente es la de mi madre llevándole comida a los pobre perros callejeros que vivían por los alrededores de mi casa. Mis primeros sentimientos de compasión, mis primeras lecciones de empatía hacia los animales, mis primeras nociones de realmente ponerme en la piel de otro ser, vinieron de ella y se quedaron grabadas en mí para toda la vida.

Mi madre me traspasó su sentido del deber, del esfuerzo en el trabajo, su amor interminable por la lectura y su sentido de la lealtad. Me enseñó a tener un ideal en la vida y a defenderlo hasta la muerte pese a los detractores, la crítica y la ignominia. Cada vez que algo malo pasaba o cada vez que algo iba mal con mi salud, me decía “Mañana, a esta misma hora, todo ya habrá pasado o habrá mejorado, hija”. Hoy, las circunstancias inexorables de la vida, que siempre dan vuelta; ahora que yo soy la madre y ella la hija; le digo lo mismo y con el mismo convencimiento. Las lágrimas que tal vez ella escondía en esas épocas para darme fuerzas, son las mismas que yo me trago ahora para animarla en su recuperación. En esa recuperación que yo sé que llegará porque ella es tan tenaz y perseverante como yo.

Sin ningún conocimiento científico o nutricional, y solamente basándose en su empírica percepción de las cosas, me privó del consumo de cerdos y mariscos y no me hacía tanto problema cuando me negaba a consumir el vaso de leche obligatorio de todo escolar de mi época. A ella nunca le gustó ni fomentó su consumo, reemplazándola por un rico y nutritivo vaso de avena de piña o manzana. Le agradezco inmensamente por ello. Sin saberlo, y aunque yo en esas épocas aún tenía la conciencia dormida, estaba ya creando a una vegana.

Cada vez que nuestra casa se abrió para recibir a un callejerito, repetía – creo que únicamente para demostrarnos que iba a suceder exactamente lo opuesto – que “sólo se podía quedar hasta que le encontráramos un hogar”. Esos plazos nunca se cumplieron y terminaron en un compromiso de por vida. Siempre fue una ley impuesta por ella no recordarles su pasado en las crueles calles para únicamente concentrarse en el hecho de que ahora eran amados, deseados, bienvenidos…. Todos ellos fueron más hijos de ella que yo. Y lo entiendo y comprendo. Yo, una limitada humana, jamás podría amar como ellos que la amaron de verdad y nunca la juzgaron. Más bien la acompañaron en sus alegrías y la consolaron en sus tristezas. Le hicieron la vida más llevadera cuando el destino me llevó a otros lares lejanos y le enseñaron que la vida sigue, pese a todo y a todos.

Ya entrada en años, se hizo vegetariana, y aunque a mí me hubiera gustado un cambio total al veganismo, le di el crédito que se merecía y la alenté siempre en su propósito. Hacer este cambio fue uno de los regalos más grandes que pudo haberme dado. Nunca se lo he dicho antes; pero se lo diré apenas la vea esta Navidad. No tendrá que darme ningún regalo más en todo lo que le quede de vida. Eso es más que suficiente.

Cuando se habla de las madres, siempre se dice que el mejor regalo que nos pueden dar es la vida. No lo creo. Eso es algo muy general y obvio. El mejor regalo que mi madre me dio a mí, no fue eso, ni sus buenos ejemplos, ni trabajar duro para darme una buena vida y una buena educación. No fue velar mi sueño cuando estuve enferma, ni haber sacrificado sus ahorros de toda la vida para darme una córnea. Nada de eso.

No fue darme el ejemplo de lo que significa ser una “señora” en toda la extensión de la palabra; ni ser valiente ante las circunstancias de la vida, ni luchar tenazmente hasta culminar una meta. El mejor regalo que me diste, mamá, fue abrir mi corazón, mi alma y mi mente a la causa sagrada de los animales. Tal vez la primera vez que te vi sentir compasión por un sufriente perro callejero, enfermo o hambriento, no te diste cuenta de la magnitud del ejemplo que dejabas en mí; pero ahora, más de medio siglo más tarde, te puedo asegurar, con la convicción del camino recorrido, que ese simple acto de bondad y respeto marcó mi vida para siempre y determinó mi destino y mi misión en este mundo.

¡Gracias mil por haberme enseñado el camino que hoy yo puedo enseñar a los demás! Mis victorias, pasadas, presentes y futuras estarán siempre dedicadas a ti, mamá.

 

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