En esta época de películas fantasiosas, violentas o extremadamente rápidas y bulliciosas me da mucha satisfacción que una idea de 1942 pueda llenar los cines con su mensaje liberador y justiciero.
Walt Disney fue conocido por “apropiarse” de las ideas de otros; pero no se equivocó cuando adaptó la historia de Jumbo y la convirtió en un favorito que grandes y chicos han disfrutado por muchos años.
El tierno e inteligente Dumbo de Disney que alegra las noches de cuentos de miles de niños se basó en una verdadera historia de terror que – en mayor o menor medida – se sigue repitiendo hasta la fecha por desconocimiento o indiferencia de quienes tenemos la posibilidad de detenerlo.
Jumbo fue capturado cuando era aún un bebé, luego de que sus captores mataron a su madre delante de él. Explotado toda su vida, por quince largos años, fue la atracción del Regent’s Park en Londres, donde soportó el peso de cientos de niños incluido un regordete Winston Churchill a cambio de cientos de pasteles.
Las crónicas de la época señalan que se resignó a su suerte hasta el día en que se volvió poco tolerante y hasta violento. Tal vez entonces es cierto que la indignación y el hartazgo de los mansos es más fuerte que un vendaval.
Para calmarlo, su cuidador lo acostumbró a beber whisky convirtiéndolo en alcohólico hasta su muerte. Tras su muerte, y al analizarse sus restos, se descubrió que su pobre alimentación, consistente principalmente de pasteles era la culpable de sus arranques mal llamados “violentos”. Su dentadura había sido destruida y eso le había producido intenso dolor. Sus articulaciones estaban totalmente destrozadas y, a pesar de tener solamente 20 años, su esqueleto parecía el esqueleto de un elefante de cincuenta.
Jumbo fue vendido al cruel empresario circense P.T. Barnum, uno de los mayores explotadores de animales de todos los tiempos quien siguió explotándolo y abusándolo hasta el día de su muerte. Hay diferentes relatos sobre ese fatal día. Noble, como todos los animales, se dice que murió atropellado por una locomotora al salvarle la vida a un pequeño elefante llamado Tom Thumb que iba a convertirse en la víctima. Nada de esto me sorprende. Los elefantes, desde su más tierna infancia, desarrollan vínculos familiares muy estrechos. Toda la manada se involucra en la crianza de los bebés y viven juntos por muchísimos años compartiendo experiencias y comunicándose subsónicamente con sonidos inteligentes que nuestros limitados oídos humanos son incapaces de descifrar.
No contento con haberlo explotado durante toda su vida, Barnum vendió sus enormes huesos a una universidad de Inglaterra y disecó su cadáver para seguir exhibiéndole antes la gente indolente que pagaba una entrada para seguir perpetrando su abuso.
La historia de este noble elefante llegó a oídos de la escritora Helen Aberson, quién escribió “Dumbo” en 1939. El cuento de Aberson es muy diferente a la triste vida de Jumbo, pues incluye un mensaje esperanzador y liberacionista pues hace que el espectador cuestione y pondere sobre la terrible explotación de los animales de circo. Es realmente difícil entender que, ante el vasto número de maravillosos actos humanos, aún una minoría mediocre e insensible encuentre divertido que seres inteligentes y que merecen ser libres, pasen sus vidas confinados a ser usados como entretenimiento.
La película que fue pensada y ejecutada utilizando los métodos más modernos de animación digital, fue del agrado de People for the Ethical Treatment of Animals (PETA), cuyos directivos solicitaron al cineasta Tim Burton que la película tuviera un final liberacionista y significativo; un final de justicia para Dumbo y su madre.
Ante la tremenda expectativa por la película, no faltó la ridícula petición de la Asociación de Cirqueros Española” quienes solicitaron al público que boicotee la película por considerarla nefasta a sus intereses y por promocionar un mensaje liberador para los animales de circo. Su berrinche tuvo un efecto totalmente opuesto, pues la película obtuvo un tremendo éxito en las taquillas y las entradas se agotaron. Nada ni nadie puede, a estas alturas, impedir que nuestro mensaje liberacionista llegue a todos los públicos.
Y hablando de todos los públicos, no hay que olvidar que “Dumbo” también incluye un mensaje inclusivo que demuestra que, aunque algunos seres nazcan o sean diferentes, siempre se tiene la oportunidad y el derecho de salir adelante en la vida.
La escena más conmovedora es la de la separación de Dumbo de su madre. Mi corazón se partió en dos cuando él va en busca de su mamá de quien luego lo separan; pero la más vergonzante es cuando lo visten de payaso para que actúe ante una masa de gente indolente. Eso es práctica común en los espectáculos circenses de estas épocas: bellos y dignos animales a quienes se les mata primero el espíritu para luego humillarlos con ridículos disfraces y actos en contra de su naturaleza.
En inglés, la palabra “dumb” significa “tonto”; pero los elefantes están totalmente lejos de ese concepto. Son criaturas de memoria prodigiosa, capaces de recordar y llorar por sus familiares y parientes muertos. Son artistas que disfrutan de la música y el arte, son los únicos animales, conjuntamente con los perros, que son capaces de entender instintivamente el acto de señalar y son seres altamente solidarios que, cuando están tristes, se tocan con sus trompas para ofrecer consuelo.
Al ver la película, no pude evitar desear que, al igual que Dumbo, todos los animales explotados y en cautiverio tuvieran una pluma mágica que los hiciera escapar de sus opresores. Esa pluma mágica somos cada uno de los activistas que, sin descanso, luchamos por ver jaulas vacías y por corregir todos los errores que la humanidad indiferente y cruel comete contra los animales.
Es lindo sacar mensajes positivos de películas como esta; pero lo más importante es seguir trabajando por la total reivindicación de los derechos de los animales, siendo su voz activa y potente, educando a la gente que aún no ve lo evidente y siendo totalmente consecuentes con esta justa y sagrada causa.